Fecha | Plaza | Cartel | Ganadería | Resultados |
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15/09/2014 | Salamanca | Enrique Ponce, El Juli, Miguel Ángel Perera, Juan del Álamo | Garcigrande | Oreja y dos orejas |
Plaza de toros de La Glorieta, Salamanca. Feria de la Virgen de la Vega, cuarta de abono. Toros de Domingo Hernández y Garcigrande, correctos de presencia y desiguales de tipo: de gran calidad sin empuje ni espíritu el primero; manso y descompuesto el segundo; humillado y profundo el tercero; deslucido y protestón el cuarto de Garcigrande; de movilidad desclasada y gazapón el quinto, de Garcigrande; bravo, boyante y enclasado el quinto, de vuelta al ruedo; rajado pero obediente mientras duró el séptimo, de Domingo Hernández; boyante, codicioso y fijo el octavo de Domingo Hernández, premiado con la vuelta al ruedo. Enrique Ponce (grana y oro): silencio y pitos. El Juli (purísima y oro): oreja y dos orejas. Miguel Ángel Perera (esmeralda y oro): dos orejas y oreja tras aviso. Juan del Álamo (palo de rosa y oro): oreja y dos orejas. Saludó Joselito Gutiérrez tras banderillear al tercero.
Respetó la lluvia, se abarrotaron los tendidos y la Glorieta se apoderó de todos los superlativos testigo fiel de ensordecedores silencios continuos ante la verdadera riqueza de la tauromaquia, la de tres toreros entregados, cada cual a su manera, y un cuarto que estuvo sin estar. Fue Juli un torerazo de principio a fin quien arrancó los primeros alardes de éxtasis en la Glorieta ante ‘Pedacito’, un manso ejemplar de Domingo Hernández. Deleitó Juli con unas verónicas ajustadas y ceñidas y lo intentó en el quite por chucuelinas pero el animal se salía de la suerte. Se impuso el Juli y arrancó las embestidas firmando dos series largas por el pitón derecho en una faena que fue a más. Tiró de raza el madrileño ante las embestidas nada claras de su oponente y se impuso sobremanera para culminar con una oreja tras estocada entera. Cabeza fría y el corazón caliente para cambiar el destino. ‘Treintaycinco’, su segundo, nada tuvo que ver. Este sí fue un toro bravo, profundo, que al compás de la poderosa tauromaquia de Julián López El Juli puso los tendidos en pie. El madrileño puso en marcha su artillería y firmó sobre el ruedo de la Glorieta. Toreó largo, con una verdad absoluta tras brindar al maestro Santiago Martín El Viti. Compuso con temple e imperioso sensacionales tandas por la diestra ante el entregado animal. Bien también por la izquierda sellando naturales de gusto y culminó el delirio con pies anclados a la tierra y unos circulares que triplicaron la emoción en los tendidos. Dos orejas y vuelta al ruedo para el bravísimo animal.
Y llegaron los monstruos Juli y Perera, Perera y Juli, los mandamases del asunto, con permiso de los artistas. Se saben monstruos del toreo y así lo venden. Manseó el que hacía segundo en todos los tercios, escarbando y siempre buscando la salida. Pero en la muleta, especialmente por el pitón derecho, el garcigrande tuvo carácter y por momentos emoción. El madrileño lo supo y se fajó con él en series mandonas, de mano baja y profunda, aunque a veces pecó de despegarse demasiado. La estocada cayó trasera y la oreja protestada. Treinta y cinco es un toro armónico, castaño claro y bociclaro. 525 kilos de una embestida humillada larga, pronta y en algunos momentos, almibarada. Juli es un monstruo, y los monstruos lo ven claro y no se asustan, más bien lo contrario. Por eso se estira a la verónica, remata por bajo con una media que el toro la toma arrastrando el hocico por el albero. Y un monstruo brinda a otro monstruo, el MONSTRUO con mayúsculas, Santiago Martín El Viti, y ahí comienza la monstruosidad. Primero, neuronas; muchas neuronas. Luego corazón y muleta mandona, poderosa, profunda, honda. Plomos en las zapatillas. Adelantar la franela, correr la mano, vaciar la embestida, toque de muñeca, paso lateral y vuelta a empezar… tan fácil… y es casi imposible. Buen pitón derecho, aún mejor el izquierdo. La tercera serie al natural es de taco y la plaza rotunda, como el toreo del monstruo Julián, autoritario, quizá un poco mecánico. Variado en los remates y sin alardes. Un monstruo. Terrorífico. Los aceros no son problemas para el madrileño que se va detrás de la espada y la entierra, aunque algo trasera. Dos orejas que para el público son incontestables. Su compañero de baile también obtiene premio póstumo: vuelta al ruedo para un gran toro, que no se vio demasiado en el caballo.
El toro de lidia en todas sus vertientes y el espectáculo de de lo que el hombre es capaz de hacer con él. Dicen del toro bravo, de la casta… El espectáculo se encuentra en el toro de lidia y puede ser variado y riquísimo en matices, como la corrida de toros que hoy ha echado Domingo Hernández al ruedo de La Glorieta. El huidizo que rompe a comerse la muleta cuando se la ponen en el sitio adecuado, el noble y dulce, el rítmico y alegre enclasado, el desaborío obediente, el abanto que rompe y luego se raja, el que se la come de inicio por abajo empujando los vuelos hasta el final y el colofón de un Almirón casi perfecto que cerró la fiesta del toro de lidia con codicia, temple, clase, recorrido, nobleza y un especial ritmo para que el torero pudiese realizar el toreo que tantas veces soñó. El espectáculo de esa variedad de toros de lidia que unos catalogan como mansos, otros como bravos y los más in, como encastados o descastados. Todos compusieron un conjunto espléndido en el que solo sobró Ponce, ochos años sin pisar estos pagos y cuando regresa lo hace para solo facturar y aliñar. Contado lo que sobró, a la miga. El toro de Juli primero, que parecía dos toros. Parecía un toro loco por irse a tablas y refugiarse en chiqueros, como hacen los mansos. Pero también se comía la muleta por abajo como una fiera cuando se la metía bajo el morro, como hacen los bravos. El tío encargado de poner etiquetas se volvía loco. Pegaba la de manso cuando perdía el vuelo y apuntaba a irse a chiqueros y llegaba Juli, le adelantaba muleta en los medios, ja, toque fuerte, metía la roja bajo el morro la arrastraba por abajo y Pedacito se la comía fiero. Iba el hombre de las etiquetas a poner la de manso encastado, que se la debió de inventar uno que andaba en casos como estos y no se atrevió a poner las dos. Y tal vez acertó con la etiqueta. Emotivo el conjunto, apabullante el mando de Juli y la primera oreja. Juli y Treintaycinco. Otro clamor. Ese castaño fino, con morrillo, con el hocico por delante de todo siempre, obediente pero apretando, empujando las telas, pronto, fijo y romaneando en el caballo en la vara de Diego Ortiz. Bravo y noble, puso el de las etiquetas. Noble porque obedecía a lo que marcaba el cite, bravo porque todo lo hizo por abajo. Y cuando más abajo, más empuje. Hubo naturales con toda la muleta ofrecida sobre la arena y allí adelante, con el Juli olvidado del cuerpo, sin condenarlo de hombros y cintura para llegar más adelante todavía, y que el natural fuese hasta atrás de más atrás. Cinco o seis metros de natural, girar talones y otro, y otro. Y el de pecho. Rugía la plaza. Y el cierre por abajo, doblándose y el espadazo, trasero. Y las orejas.
Salamanca (España). La Glorieta vivió una tarde apoteósica, que los aficionados tardarán en olvidar. Por la cantidad y por la calidad. Una tarde de esas en las que damos gracias por ser aficionados a los toros y por vivir esta época en la que la perfección del toreo existe y se ve en tardes como la de hoy. Gracias a los toros de Garcigrande y Domingo Hernández, sexto y octavo premiados con la vuelta al ruedo y gracias a El Juli, a Miguel Ángel Perera y a Juan del Álamo. La mala suerte, por llamarla así, estuvo a la sombra de Enrique Ponce. El Juli y Perera son dos auténticos superhéroes cuyo nivel delante de la cara del toro será difícil de superar en las futuras generaciones y que son una apuesta segura en un espectáculo efímero y sin las cartas marcadas. Del Álamo crece y demostró que está a la altura de los grandes, por la vibración al caer la noche salmantina y por jugar sin comodín el órdago que tenía en sus telas. Ocho faenas y ocho toros con sus defectos y virtudes, con sus teclas y su poder, pero con la clase y la duración necesarias para que el público vibre con lo que hacen los que se ponen delante. Toros para todos. El Juli recibió al segundo con varias verónicas de mano baja. El toro manseó en los primeros tercios y cabeceó destemplado en la muleta. En el 'tú o yo', pudo el torero con un dominio absoluto de los tiempos y bajándole la mano hasta obligarle a embestir. Auténtico esfuerzo, que culminó con un estocada entera. Paseó una oreja. El sexto viajó suave en el capote de un Juli encajado con el compás abierto. Tras brindar a El Viti, firmó una faena plena de mano baja y ligazón frente a un toro que humilló con el viaje cortito, que se frenaba y al apretarle la empujaba con poder. Más claro por el derecho, el madrileño lo cuajó poderoso y rotundo. Lo mató de estocada entera y descabello. Cortó las dos orejas y el toro fue premiado con la vuelta al ruedo.
Lo bueno de las ideas es que no tienen sólo un camino, y existen predicadores con palabras muy distintas para activar el sermón. El mismo que dio Perera con suave mimo persuasor nos lo presentó El Juli con imperiosa impresión. Combinó, sin embargo Julián el concepto que le define, de acompañar con el pecho la embestida al infinito, con uno mucho más erguido cuando ya venía el toro desde donde él le ordenaba. Predicó verónicas de pecho volcado, muñeca suelta, ceñido embroque y cadencioso conjunto. Las predicó con la repetición de cara suelta del castaño segundo y con la profunda humillación del sexto. Predicó batalla de férrea voluntad con la cara suelta de su primero para tragarle pitón a la devanadera, seguro de ganar la guerra. Predicó rastrera bamba para embarcar en ella la humillación entregada de su segundo, que le repitió incansable porque le midió el castigo para que tuviera emoción cada orden que le acataba. Con ambos predicó Julián, que volvió a dar motivos para ser el jefe del guarda.