El festejo había comenzado con un homenaje de los niños con cáncer a El Juli, que le dedicaban un «suerte, maestro» ante la sonrisa del torero. Y el espada les correspondió con su tauromaquia, con una tarde triunfal en la que hubo desde el principio diversidad con el capote –caleserinas, faroles, lopecinas, verónicas...–. Y toreo de máxima lentitud, de mucho ritmo y despaciosidad con la colaboración de una muy buena corrida de Domingo Hernández. El último brindis fue para ellos, para los pequeños luchadores, héroes que pasearon por el ruedo la pancarta «Torea al cáncer», antes de la multitudinaria salida a hombros de un torero que había regalado vida. (ABC.es)