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25 años de una fecha imborrable: El Juli con “Feligrés”

25 años de una fecha imborrable: El Juli con “Feligrés”

miércoles, 3 de agosto de 2022

Hoy día 3 de agosto se cumplen 25 años de una fecha clave en la trayectoria de Julián López “El Juli”: el indulto del novillo “Feligrés”, de la Venta del Refugio, en la Monumental de México. Desde entonces se convertiría en un verdadero ídolo de la afición mexicana y un fenómeno social llenando cada plaza en una histórica campaña. 

Para la ocasión, un Julián con apenas 14 años de edad vistió un terno salmón y oro regalado por su madre y con una preciosa historia por detrás. Así recoge y detalla Ignacio López, hermano de El Juli, aquella tarde tan apasionante en su libro “El Juli, sin comillas” editado por Espasa. 

“Estuvo acompañado por el manchego José Antonio Iniesta y los mexicanos Alberto Huerta y Gerardo Gaya. El evento fue maratoniano y El Juli, al que ovacionaron fuerte tras mostrarse muy por encima de un lote deslucido, regaló un novillo más. Pero aquel no fue el único obsequio: tras permitir el juez de plaza sendos regalos de Huerta e Iniesta, el sobrero para Julián salió en undécimo lugar, más de cuatro horas después de que partiera plaza a los acordes de ‘Cielo andaluz’.

Ya con la noche tapando el gigantesco embudo se anunció en la tablilla la salida de “Feligrés”, de la divisa de La Venta del Refugio, de pelo cárdeno, fino de hechuras y abierto de cuerna. Su aparición en la arena no pudo ser más desesperante, como suele pasar con muchos toros que proporcionan despuésobras inolvidables. De hecho, también se me viene a la cabeza, aunque me adelante mucho en la narración, uno de los toros de la tarde de la confirmación de alternativa de Juli en la misma Plaza México, ese “Platero” que salió barbeando tablas y estuvo a punto de arrollarle cuando lo recibía de capote, sólo unos minutos antes de que mi hermano le cuajara una de las mejores obras de su trayectoria.

Así fue como “Feligrés” limpió todo el polvo de las tablas, pero, al contrario que “Platero”, éste sí que logró llevarse a Juli por delante cuando apretó hacia su querencia en el tercer capotazo. Pero esta vez el novillero, orgulloso y enrabietado, volvió gallardamente a escena en tanto el cárdeno de la ganadería potosina tomaba la primera y única vara del picador.

En los medios de aquella gigantesca plaza y pese al percance, mi hermano ya le vio las posibilidades al novillo, así que se dispuso a florear el capote en un quite que en España popularizó Joselito -el de la calle Montesa- y anteriormente, en los años 70, el portuense José Luis Galloso: la crinolina. Una suerte que en realidad tiene el copyright mexicano de Eliseo Gómez “El Charro” quien inventó esta virguería que tan bien le salió a Julián, con pasmosa precisión y armonía. Y cuando el público se calentaba las manos aplaudiéndole, aún invitó a su amigo Gaya -que fue el único que no pidió un novillo de regalo- a realizar otro quite sin importarle que no le correspondiera el turno. Gerardo se lució y agradeció el detalle del compañero.

Ya en banderillas, Julián clavó un par vestido con papelillos blancos y otros dos con los colores de la bandera de Andalucía, con los que arriesgó mucho al entrar por los adentros, entre el toro y las tablas, algo que hacía tiempo que no se veía en México. Y, tras brindar al público, sin irse del centro del anillo realizó el pase cambiado por la espalda con el que acostumbraba a abrir las faenas desde becerrista.

Siguió con una tanda de derechazos verticales, ligadísimos, que remató con un cambio de mano por delante que convirtió la plaza en un manicomio. Repitió tanda y remate, seguido de otro cambio de muleta, ahora por la espalda, para torear por naturales. Al volver la muleta a la diestra, ligó dos tandas más, rematadas con adornos de fantasía. Los sombreros volaban.

Volvió a torear por naturales y cuajó una tanda impresionante, inmejorable, de la que salió con un gesto más que significativo, buscando a su gente, tal vez para ratificar su propio asombro y como diciéndoles: “Esto es la leche”. Pero el más tranquilo entre aquella locura colectiva era el propio torero, como narraba con pasión el periodista 
Giraldés en plena retransmisión televisiva:
-No se puede torear mejor, es imposible. Está bordando el toreo con hilos de oro.

El Juli seguía dando rienda suelta a la imaginación, a la inspiración, cuando ya habían empezado a asomar algunos pañuelos solicitando el indulto del novillo, una petición que se multiplicó cuando Juli remataba la obra con unos bellísimos doblones. Era la faena ideal, casi la soñada. Puede que su colofón perfecto hubiera sido la estocada en lo alto y luego la concesión del rabo. Pero el destino exigía que el éxito se correspondiera con el estado humano del torero, y nada mejor que compartir aquel sueño con un amigo, con el noble “Feligrés”. El juez obedeció al momento a la masa, desechando el juicio frío de la irrupción de manso del animal. Y Julián, tras prender la última banderilla para simular la suerte suprema, lloró. Lloró como no lo había hecho nunca.

Llegó a la barrera para fundirse en un abrazo interminable con su padre a quien, un par de meses antes, había brindado el novillo de su presentación, “por lo que nos ha costado llegar hasta aquí”. Recibió también la emotiva felicitación de su amigo Gaya, mientras el público impedía a voces que fuesen los peones quienes devolvieran a “Feligrés” a la libertad. Así que Juli tuvo que pedir la muleta para dirigirse, entre sollozos y bajo un atronador coro de gritos de “¡torero-torero!”, a meter al novillo por la misma puerta por donde veinte minutos antes había hecho su aparición.

Tras hacer volver al cárdeno a los chiqueros, mi hermano tuvo que ocultar su rostro con la muleta pues la emoción, que tanto había contenido durante la faena y durante todos esos meses de soledad, se apoderó de él. Llegó de nuevo al callejón y se resguardó en un rinconcito mientras le abordaban las cámaras y el tumulto de un público enfervorecido. A los gritos de “¡Juli-Juli!” le sacaron hacia la arena aupándole a hombros como si fuera un pelele. A tirones le quitaron la chaquetilla y se dejó ver así un torso endeble y frágil que no aparentaba tras la armadura de luces.

Y el niño se desgarró en un llanto infantil que se clavó en los corazones de cada uno de los presentes. Habría un millar de personas acompañándole en las vueltas al ruedo a hombros, y ese llanto se contagiaba, convirtiéndose en una de las escenas más emotivas que se hayan visto en una plaza de toros.

Destrozado, como quien hubiera recibido una paliza, llegó Juli a la habitación del hotel que ese día pagó para vestirse de torero, en vez de hacerlo en la “suite”. Y, seis horas después de haber empezado la corrida, llamó a su madre. Manuela andaba angustiada, con la incertidumbre de desconocer los motivos del excesivo retraso de la llamada de cada día de corrida. Amanecía en España y, por fin, sonó el teléfono. Era su hijo pequeño. Es fácil imaginar la conversación que mantuvieron, intensa, emotiva… y corta, pues el dinero no sobraba”.

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